domingo, 14 de noviembre de 2010

La guillotina (II), por Fernando Alfón

Estimados, acabo de leer una carta de Juan González Mora, a propósito de Si Hamlet duda, que nos interpela y, en mi caso, además, me conmueve por la amistad y el aprecio que le tengo. Otra vez, el asunto (quizá debiera decir, el «drama») de los padres. ¿Qué hacer con ellos? Julián Axat recordó, el jueves de la ceremonia: «Ya están muertos», pero llevó una guillotina, por las dudas. Juan dice, ahora, que somos «hijos de nadie» y a nadie, deduzco, no es posible dar muerte. Sé que este «no tenemos padres» es más bien el anhelo de pensarse sin ellos, por la libertad que supone esa ausencia. ¿En verdad, nos pesa la herencia? A medir por la guillotina de Julián, debiéramos creer que no cabe duda. ¿A qué se debe esa angustia?

A esta altura de la polémica, creo que habría que decir algo que, de tan evidente se nos sustrae: nuestros padres, más que personas de carne y hueso, parecen ser ideas. Juan cita algunas en su carta: la idea de Revolución, la idea de Progreso, la idea de Historia. Creo que todas ellas tienen algo en común: nos vienen del pasado. A ese pasado, estimo, solemos llamar «memoria». El asunto —ya verán— está íntimamente ligado a la Antología poética en cuestión.


Mircea Eliade ha logrado demostrar que la memoria es un invento reciente de la humanidad. La concepción moderna del tiempo, histórico, lineal y evolutivo, supone que es posible y útil la conservación del tiempo transcurrido; es decir, que es posible y necesaria la memoria, de la que las sociedades arcaicas estaban a salvo, librándose de ella periódicamente, al revivir, por medio del ritual, el tiempo del origen de todas las cosas, el único esencial. Si para el hombre actual hay un tiempo pasado irremediable, pero atrapable por medio de la memoria, para el hombre arcaico hay un tiempo eternamente presente, en el que nada es necesario capturar, pues nada enteramente se pierde. Se trata de un tiempo en el que todo lo que sucedió, sucederá. De aquí el desinterés del mundo arcaico por el libro, primaz artefacto de la conservación de la memoria; y por las bibliotecas: sus templos más ostentosos. Ese artefacto, uno de cuyos ejemplares fue ejecutado por Axat, en verdad nos fascina y nos encanta. Pero esa Memoria, devenida autoridad, —como decía Marx—, nos lastima la conciencia y nos limita.


Al preguntarnos tanto por nuestros padres y por las influencias, no hacemos más que confirmar nuestra nostalgia por el paso del tiempo, al que concebimos irremediable. Noto nostalgia en la carta de Juan ―Pallaoro escribió unos versos sobre esta nostalgia, y llamó a Juan: «El poeta perdido»―. Noto nostalgia, también, en la guillotina de Axat.


Creo que debemos encarar el drama de las influencias a partir de una revisión de nuestra concepción progresista del tiempo, que sitúa a todo pasado como irremediablemente mejor. Hay un único tiempo que nos compromete: el contemporáneo, acaso el único y real donde transcurre la vida. No ignoro que la izquierda tiene enormes problemas para pensar estos temas, pues abrazó profundamente la concepción historicista del tiempo. (Pero no toda la izquierda, déjenme agregar.) Me quedo con el Benjamin que, al llegar a París, escapando de los nazis, descubre en los pasajes de la ciudad el principal mito moderno: la originalidad. Descubre que la moda no es más que el retorno de lo viejo, travestido de fantasma, embriagando a todos con la promesa del progreso. Descubre que no hay novedades esenciales y que la revolución se cuela, de imprevisto, por un resquicio inesperado, que no debemos demorar.


La poesía, cuya fuerza emana de lo mucho que conserva de este espíritu arcaico, habita ese tiempo reversible y grita al mundo moderno —con su grito intraducible—: «despierta del sueño de la moda», que es una forma de decir, «¡líbrate del peso de la historia!». ¿No es eso, acaso, lo que leemos en los versos de Lucrecio y en la Égloga IV, pero también en John Donne y en «El abismo», de Baudelaire: «
No veo más que infinito por todas las ventanas». Vean bien la guillotina de Julián: la cuchilla, ¿no era acaso una lámina circular? Si fue una casualidad, concédanme al menos que puede ser una señal.

Jueves 11 de noviembre de 2010

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