martes, 15 de enero de 2013

El chisme y la pos-vanguardia

“…La cuestión es destrozar libros baladíes, que dificultan la visión unívoca e inapelable. 
¿A qué distancia estamos del nazismo?”
Omar Genovese




“Un escritor de vanguardia odiaba escribir; entonces tomaba un libro y lo escribía al revés, de la última a la primera palabra; después iba al congreso permanente de los escritores de vanguardia muy excitado. En ese tiempos el congreso se encontraba en el sótano en un callejón de tres metros bajo el nivel del sueño, y los escritores de vanguardia iban y venían todo el tiempo, porque estaba en curso el congreso hacía más de veinte años y continuaba sin que el final pudiera preverse. Los escritores de vanguardia eran ocho, contando solo los que habían quedado.
Entonces el escritor que había escrito el libro al revés entró muy excitado. Había dos escritores reunidos, y la revelación del libro al revés fue como una bomba que los llenó a todos de excitación. Cuando llegaron otros cuatro escritores se pusieron a releerlo, ellos también excitados. Y la excitación de los siete siguió durante la tarde, proyectándose para algunos de ellos hasta la noche.
El octavo escritor no estaba presente porque trabajaba en un libro al que le cortaba las páginas por la mitad con las tijeras. Cuando llegó a la sede del congreso a la mañana siguiente, muy temprano, no había nadie, aunque el congreso no dejaba de estar en sesión, realizándose independientemente de los horarios de oficina. El escritor de la novela tijereteada estaba impaciente; a las once apareció un escritor medio dormido pero ya un poco excitado, porque ésta es la característica de la vanguardia, la de estar siempre en un estado de excitación ardiente y con ganas de congresos y escándalos. Cuando vio el libro tijereteado y semilegible se puso a proferir gritos de júbilo, poniéndose violeta y delirando un poco. También el escritor autor de los tijeretazos ya deliraba, y entonces se pusieron a decir cosas sin sentido con mucho énfasis, tanto que después de un poco se sintieron mal, corriendo el riesgo de sufrir cada uno por separado una trombosis. Ya estaban en edad avanzada; habían nacido a comienzo del siglo XX y desde entonces habían estado constantemente en la vanguardia como escritores; por esta razón tenían cansadas las coronarias y obstruida la aorta, pero el médico les había garantizado que habrían seguido en la vanguardia durante un siglo más.
Los otros seis escritores llegaron a la tarde y los socorrieron, sin que por eso se interrumpiera el congreso. Ellos también, al ver el libro tijereteado se pusieron eufóricos y de inmediato, después de una breve proposición teórica, le prendieron fuego a una gramática. Tenían en un estante varias gramáticas para prenderles fuego o maltratarlas o tirarlas al aire en los momentos de fiesta, y un diccionario para golpear si había huéspedes; además de las novelas desencoladas y rotas con las que hacían avioncitos. Se rompieron las costuras de un libro, se tiró tinta en la mesa, se tiraron banditas elásticas y pelotitas de papel, se tiraron algunas letras del alfabeto por el agujero de la puerta y se pronunció una rima y dos grupos silábicos; al final se hizo una proclama, pero el que la hacía respiraba mal, como respiran los cardíacos , y también los demás, llegados a este punto, respiraban mal, pero no estaba prescrito en ningún manifiesto que se debía hacer para respirar.
Entonces volvieron a convocarse para el día siguiente, porque, dijeron, tras los últimos acontecimientos vanguardistas hacía falta establecer el estado histórico de la situación”.

 (Ermano Cavazzoni, Los escritores inútiles, 1ª Edic. BA, Emecé. 2004, Lingua Franca. Trad. Guillermo Piro, Págs. 131/133)

 

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